Jaime Mayor Oreja

Excelentísimo Sr. Presidente fundador, D. Raúl Díez Canseco, Excelentísimo Sr. Rector de la Universidad San Ignacio de Loyola, Ramiro Salas, Excelentísima Secretaria General, Silvana Franco, Excelentísimo Sr. Decano de la Facultad de Derecho, Martín Santiváñez, Excelentísimas autoridades, señoras y señores:

Constituye para mí una profunda alegría recibir de esta Universidad San Ignacio de Loyola el Doctorado Honoris Causa, acompañado de amigos como su Presidente, su Decano de la Facultad de Derecho y de tantos otros a los que veo en esta sala.

No soy, lamentablemente, un intelectual, un filósofo, ni un jurista, ni un científico, por lo que me tengo que limitar a transmitirles -en singular- la lección que la vida pública me ha dado. Con todas las limitaciones, errores e imperfecciones que ustedes quieran e imaginen, en el día de hoy, tras muchos años de trayectoria pública, singularmente en España y en la Unión Europea, hoy fuera de la política activa y partidaria, si tuviera que determinar un acento que ha presidido mi quehacer, me atrevo a afirmar que ha sido la búsqueda de la verdad.

Busqué la verdad para diagnosticar el fenómeno nacionalista y terrorista, que ha sacudido mi tierra natal, el País Vasco, durante décadas, busqué la verdad para hacer frente a estos movimientos, que tanto daño han hecho, busqué la verdad en el significado profundo y auténtico de una unión de valores como es la Unión Europea y España. La lección que la vida me ha dado y que simplemente hoy les transmito a esta Universidad San Ignacio de Loyola, un guipuzcoano como yo, pero infinitamente mucho más sabio y santo, radica en esta búsqueda de la verdad, no solo es el camino más difícil, sino que tampoco es la historia de un éxito.

Decir una vez la verdad es muy fácil, tanto en tu familia, en tu casa, en tu profesión, en la política. Decir muchas veces la verdad es agotador, te deja exhausto, te aleja del éxito, a veces, bastantes, te margina, te separa de una moda dominante. Decir siempre la verdad es el calvario, la cruz, como nos lo enseña Jesús, Nuestro Señor, en su pasión. La fuerza de la mentira es poderosa y en muchas ocasiones prevalece sobre la fortaleza de la verdad.

Cuánta razón tiene la afirmación de que los hombres de las tinieblas son más astutos que los hombres de la luz. La mentira está en la superficie, no tiene límite, se propaga con facilidad y velocidad. Necesita la superficie, la superficialidad de nuestra sociedad y sólo sobrevive en ella. La verdad está en la raíz, se busca, no se propaga, y el hecho de afirmarla, defenderla, resulta difícil. Hay ocasiones, circunstancias, en las que la afirmación de la verdad coincide con la moda dominante, con un estado de opinión determinado pero esa coincidencia, seguro que es efímera; podrá ser un periodo corto o largo, pero con seguridad tiene fecha de caducidad.

Si perseveras en tu obligación de defender la verdad, estás abrazando la soledad, no como una tragedia, sino como una expresión de la fortaleza moral. La fortaleza de la verdad te arrastra y te obliga a la comprensión de la fortaleza moral de la soledad, como si esta última fuera una prolongación de la primera.

Por todo ello, lo que pretendo transmitirles con una profunda alegría, sin un mínimo atisbo de tristeza, es que la búsqueda de la verdad no significa la historia de un éxito, como la vida misma.

La vida de cada uno de nosotros no puede ni debe ser la historia de un éxito, de un triunfo y mucho menos la historia de una derrota o una decepción. La vida es mucho más que un éxito, en términos profesionales o económicos. La vida de cada uno de nosotros debe significar y culminar, en el hecho de que al final de la misma, nos reconozcamos nosotros mismos como “personas”, -ni más ni menos- con todo el significado profundo que ello encierra. No es tanto el reconocimiento de los demás, sino nuestro propio reconocimiento, con todos los errores y defectos que ustedes quieran.

Un gran pensador francés Fabrice Hadjadj, ha publicado un excelente libro que, pese a diagnosticar con singular crudeza la actual situación, lo titula “La suerte de haber nacido en nuestro tiempo”. Lo mismo sucede con la verdad, pese a que la fortaleza de la verdad te arrastra, en muchas ocasiones a la soledad, qué suerte haberlo podido hacer.

Recuerden ustedes esta frase, a lo que no soy capaz de ponerle autor, “lo mejor de este mundo es gratis”, aunque sea verdad la denominación de “sociedad líquida”, que con tanta certeza descubrió el profesor polaco Zygmunt Bauman, en la que el dinero se ha convertido en nuestra principal referencia.

Por todo ello, en este esfuerzo de buscar la verdad, me van a permitir que me detenga en cuatro apartados, cuatro consideraciones en las que creo que la mentira ha exagerado su presencia en el debate público: la naturaleza de la crisis, la naturaleza del nuevo debate político que vivimos, la verdad del significado de la Unión Europea y por último, la naturaleza del momento singular que vivimos todas las democracias occidentales.

1. La naturaleza de la crisis

Vivimos un momento en el que creo, sin miedo a exagerar, está presidido por el desorden. Desde hace tiempo, en las sociedades democráticas vivimos un desorden sorprendente, o expresado, en otros términos, una “sorpresa desordenada”. El desorden crece, la sorpresa aumenta, sucesos tras suceso, elección tras elección, sucede todo lo contrario que pensábamos que iba a suceder.

El viejo refrán español “la verdad a sartenazos” se va cumpliendo inexorablemente en todas y cada una de nuestras sociedades. La pregunta a la que estamos obligados es si lo que vivimos es fruto de la casualidad. La pregunta de si es casual o causal, esto es, si obedece a causa o causas más profundas. La respuesta, al menos para mí, es obvio; los hechos que nos sorprenden no se producen por casualidad. Lo que sucede es que hemos ido perdiendo aceleradamente referencias permanentes, cada día tenemos menos convicciones, creemos menos y en menos cosas, y por el contrario, nuestra comodidad, nuestro confort adquieren más relevancia que nunca en nuestras vidas.

La crisis que vivimos hoy en la sociedad democrática es no sólo económica, ni financiera, ni política, ni institucional. Es de naturaleza moral, no radica exclusivamente en la política o la economía, sino que está en el corazón de nuestra civilización, en la persona, en nosotros mismos, con una actitud personal ante la vida. La crisis está en la persona, y como la persona es el único denominador común presente en todas las instituciones y naciones, tiene el carácter no solo de global, en términos geográficos, sino de total ¡Qué institución no está en crisis!

Esta es y no otra la causa profunda del desorden que nos invade. ¡Cómo vamos a sorprendernos de lo que sucede, si estamos perdiendo a chorros referencias permanentes, o que al menos creíamos que eran permanentes, establece y duraderas!

2. Naturaleza del debate político

Lo mismo sucede con la mentira, a la hora definir la naturaleza del debate político que estamos viviendo, esta es la segunda consideración. Hoy ya no vivimos el mismo debate político, de las últimas décadas, entre izquierdas y derechas, entre cristianodemócratas y socialdemócratas, entre liberales y socialistas. Vivimos otro debate entre la sociedad, el mundo que se ha ido consolidando, llamémosle “nuevo orden mundial” y una reacción extrema, a veces a la dirección del “vista la derecha” y otras en el “vista a la izquierda”, utilizando un símil militar.

Si hablo del “nuevo orden mundial” no es fruto de una teoría conspiratoria, ni la consecuencia de una exageración, es simplemente la consolidación y evolución de una realidad en el corazón de nuestra sociedad. Pero simultáneamente a su consolidación, se producen reacciones extremas populistas de signos a veces opuestos, pero con el denominador común de la ruptura con la realidad previa, anterior.

Creo que estoy, por ello, obligado a posicionarme en este debate que es más de carácter cultural que estrictamente político. No creo en el nuevo orden mundial que se está impulsando, pero tampoco confío ni creo en la reacción, en el populismo extremo que suscita. Creo solo en la necesidad de regeneración de los valores de nuestra sociedad, no en fenómenos reactivos. Me considero huérfano en este actual debate.

Me acabo de referir al “nuevo orden mundial” y me preguntarán ustedes, con razón, cuál es su significado. Les diré que no es fácil la respuesta, ya que es un concepto evanescente, difuso, que no tiene claros los límites. No sabemos dónde y cuándo empieza y termina. Es tan difícil de describirlo porque, entre otras razones, es una palabra prohibida, no existe en el diccionario de uso político, no lo verán ustedes en los medios de comunicación, pero no duden que se trata de una realidad. Es la suma de dos componentes: mundialismo y relativismo moral. El más difícil de combatir el relativismo moral, porque también es difícil de acotar. El relativismo moral, la pérdida creciente de referencias permanentes, la socialización de la nada, la sociedad líquida, el pensamiento débil, lo políticamente correcto, todo significa lo mismo. La dificultad radica en que, por su carácter difuso, penetra con facilidad dentro de nosotros, el en corazón de nuestra sociedad, de nuestra conciencia. Por ello no basta con criticar o descalificar incluso, la reacción, el populismo, considerando el nuevo orden mundial el mal menor. El mal menor siempre consolidad el mal.

Este nuevo orden mundial no es neutro ni inocua con los valores y raíces cristianas de Europa base de la civilización occidental. Está presidido por una obsesión enfermiza de reemplazarlos, sustituirlos y destruirlos. Este nuevo orden mundial significa un cambio drástico en la jerarquía de los valores, la erradicación del valor de la obligación, en la socialización de la nada, es la antesala y principal causa del desorden. El nuevo orden mundial está generalizando paradójicamente, un desconocido “desorden global y total”. Pero la nada no concluye en la nada, y por la pendiente del totalitarismo nos lleva a una situación caracterizada por el hecho de que todo aquel que discrepe de la moda dominante, es marginalizado incluso puede empezar a sentir la persecución.

Como vuelve a recordarnos Fabrice Hadjadj, la dificultad principal de nuestra situación actual reside en defender lo obvio, porque se convierte en una provocación. Si te atreves a afirmar que un hombre por su propia naturaleza es diferente a una mujer y viceversa, -por supuesto que ambos tienen que tener los mismos derechos-, que el matrimonio es una institución entre hombre y mujer, que la vida constituye un bien a proteger desde el comienzo hasta el final, que no puedes hacer lo que te dé la gana, cuando te dé la gana y como te dé la gana, por ejemplo, elegir el género, estoy provocando. No, la libertad no nos hace verdaderos, sino que la verdad, la búsqueda de la verdad, nos hace libres.

Señoras y señores, hay que atreverse a decir que no. Que la defensa de lo que hemos aprendido en nuestras casas a través de nuestros padres, que el seguimiento de lo que la razón nos dicta, y lo que la vida de la experiencia nos confirma, no puede ser considerado algo inaceptable, un desafío, una provocación intolerable. Hay que atreverse a superar el miedo reverencial a un ambiente que suele ser el más difícil de combatir, más incluso que el miedo físico a una organización, como aprendí en los más de 25 años que dediqué a la política en mi querido País Vasco.

3. La Unión Europea

Señoras y señores, permítame que como tercera consideración me refiera al significado real, de verdad, no asentada en la mentira de la Unión Europea. La Europa de los padres fundadores, de Monnet, Schuman, De Gasperi, Konrad Adenauer, entre otros, se caracterizaba porque estaba lleno de alma y apenas tenía cuerpo. Hoy, por el contrario, 70 años después, hemos construido una unión que indudablemente tiene cuerpo, pero que tiene apenas tiene alma.

Permítame en Lima que les diga que estamos obligados a rectificar, de atrevernos a dotar más alma a la Unión Europea. Solo hay ambición política si es fruto y consecuencia de un proyecto con una profunda dimensión moral. Si no hay dimensión moral en la raíz del proyecto, nunca existirá ambición política. Lo que sucede es que hemos vivido en la desmemoria del origen, de la razón de ser de nuestra Unión Europea. Hemos olvidado que fueran los valores cristianos, muy presentes en las trayectorias personales de sus padres fundadores, la esencia de una Unión de Valores que supo hacer frente a los totalitarismos extremos, al comunismo y al nazismo que nos habían conducido a la tragedia.

El problema radica en que hoy, olvidando esas raíces y valores, no hemos sido capaces de dar respuesta esta vez a un relativismo extremo, que nos ha conducido a la crisis. La primera rectificación que tenemos que impulsar es simple y llanamente saber dedicar más tiempo a este ámbito de valores singularmente en el ámbito educativo y público. Dedicamos mucho tiempo a las políticas concretas, a los instrumentos financieros económicos, y muy poco en la reflexión del significado de una Unión de Valores.

Hay que saber detenerse, darse cuenta de que las opciones políticas no pueden seguir esclavas de las encuestas de opinión, una vez que la crisis de valores ha penetrado en nuestra sociedad en detrimento de una serie de principios y convicciones. La única obligación de los partidos políticos no puede ser solo ganar las elecciones. En estos tiempos de profunda crisis, tenemos que ser capaces de marcarnos el objetivo de reconciliación a los europeos en sus valores.

La falta de cohesión de la Unión Europea se acrecienta y se ha convertido en el principal problema que tenemos. La falta de cohesión no se produce ni por casualidad, ni por razones económicas, sino por déficit de valores compartidos. La economía, la existencia de clases medias, es condición necesaria para que arraigué la democracia, pero si solo hay economía en el ámbito público, habrá competitividad, pero no cohesión. Los valores, los principios, las raíces son indispensables para que haya cohesión y, en consecuencia, ambición política.

La reconciliación en valores debe de ser nuestro principal objetivo, porque entre otras razones, la grieta, la fractura entre conservadores y progresistas será letal. Los valores no solo se reducen a una cuestión en el ámbito personal, sino que deben cohesionar las opciones políticas y el conjunto de la Unión.

Aunque algunos creemos que la descristianización de Europa ha constituido un factor decisivo para explicar lo que nos sucede, nadie puede pretender, ni creo que nadie lo pretende, es que todos los europeos seamos cristianos, que todos los europeos comparten la fe de algunos de nosotros. Pero lo que es un suicidio, lo que no es posible ni bueno, es la actual obsesión enfermiza, a través de leyes, resoluciones, directivas, a través de una doctrina basada en los falsos y nuevos derechos, para concluir siempre y sistemáticamente en el reemplazo y sustitución del núcleo esencial de nuestros valores.

La conclusión es obvia, la recuperación, el reforzamiento, la reconciliación de los valores debe ser el norte de nuestra acción política, una tarea que está contra corriente pero que no es solo es nuestra obligación, sino que es una exigencia de futuro para superar la crisis de la unión de valores.

4. La naturaleza del momento singular que vivimos

Señoras y señores, me van a permitir que arranque con la cuarta consideración, la última en la que la mentira prevalece sobre la verdad, el momento singular que vivimos. No solo vivimos tiempos de crisis. No solo vivimos tiempos nuevos. Vivimos tiempos nuevos determinados por la crisis, y precisamente una tarea prioritaria para nosotros es el discernimiento y la separación entre lo que constituye la expresión irreversible de tiempos nuevos -bienvenidos sean-, respecto a lo que son manifestaciones de degeneración y decadencia- rechazados sean.

Simultáneamente, tenemos que ser capaces de comprender la naturaleza del momento singular en el que la crisis y el nuevo debate que he descrito anteriormente se encuentran. Alejémonos de una actitud que nos preside asentada en lo que los anglosajones definen como “wishful thinking”, que consiste en pensar que el escenario siguiente es el más cómodo, el que más nos conviene.

Estamos viviendo el final de una etapa que arrancó tras la segunda guerra mundial. No está sucediendo lo que muchos desearíamos ni lo más cómodo. La crisis no está retrocediendo, sino que está avanzando, está profundizándose, porque no se mide en términos y porcentajes de crecimiento económico, sino que debe evaluarse en términos de desorden. El desorden avanza, las sorpresas van acrecentándose.

El debate entre el nuevo orden mundial y el populismo ofrece en los últimos años y meses resultados dispares, pero el análisis conjunto en ningún caso es tranquilizador a un lado y al otro del Atlántico. El populismo, la ruptura, el frente de ruptura arrancó en Europa con el inesperado triunfo del Brexit en Gran Bretaña. Los frentes de ruptura se producen en el punto más débil de la historia y del presente en cada una de las naciones, y en este caso, eran las dudas de Gran Bretaña respecto al continente europeo las que les desgajaron de la Unión.

Posteriormente, la sorpresa saltó en las elecciones norteamericanas, el nuevo orden mundial perdió la joya de la corona, y un cierto populismo y un movimiento reactivo ganó. En Colombia, en el mal llamado proceso de paz, el 2 de octubre de 2016, el nuevo orden mundial perdió sorprendentemente aquel referéndum.

Sin embargo, en Francia, un año después, en el punto más débil de su nación, esto es, la sociedad, radicalmente laicista, con una cifra de 8,5 millones de islamistas, alumbró un frente nacional reactivo y extremo que perdió las elecciones, y ganó la figura del presidente Macron, el nuevo orden mundial que sepultó los partidos tradicionales franceses, especialmente el socialista.

En Holanda, la coalición de todos los partidos en el Gobierno ha sido la expresión del nuevo orden mundial, frente al avance del populismo de la extrema derecha.

En Alemania, probablemente el país clave de la historia reciente de la Unión, el avance del grupo alternativa por Alemania, un frente de ruptura obligó el nuevo orden mundial a expresarse en términos de colación de los grandes partidos alemanes CDU y SPD. Cuando parecía que el debate equilibraba los resultados respectivos del populismo y del nuevo orden mundial, los últimos acontecimientos en España y en Italia y presumiblemente en México, agravan el desorden.

En España, en su punto más débil, esto es, la nación, a través de la moción de censura, se ha instalado en frente popular populista nacionalista de dramático recordatorio para nosotros. En Italia, en su punto más débil, el desorden, se ha erigido una coalición de un populismo de la extrema derecha con otro de la extrema izquierda: un frente del desorden.

En definitiva, debilitamiento de la cohesión de una unión de valores, como antes he dicho, el punto más débil de Europa.

Señoras y señores, me detengo en el diagnóstico de la enfermedad, pero no me atrevo a continuar más allá, en lo que ya sería un pronóstico, una predicción, incluso una profecía. La crisis que vivimos es la misma en todos y cada uno de los países democráticos, lo que sucede es que se manifiesta de forma diversa, múltiple, porque el punto más débil de cada una de nuestras naciones es diferente. Cada país tiene que saber diagnosticar cuál es su punto más débil para anticiparse al desenlace de la crisis. Pero lo diré con reiteración; lo que no podemos poner en duda es que la crisis está en la persona, en nuestra actitud personal.

He arrancado hablando de la necesidad de la búsqueda de la verdad, de aproximarte a ella, de defenderla y saber sufrir por ella. Si la crisis está en la persona, la solución también está en la persona, y solo un cambio de actitud personal de millones de personas podrá devolver la necesaria esperanza a nuestra democracia, a nuestra sociedad. Una crisis de valores, en plural empieza siempre por una crisis de valor, en singular.

Termino. Santa Teresa de Calcuta estaba escuchando un largo monólogo, una extensa perorata de un sacerdote, en la que descalificaba todas y cada una de las instituciones: la Iglesia, el obispado, la parroquia, y ante el silencio sepulcral de la madre Teresa, le pregunto ¿Por dónde empieza el cambio, ante esta situación desoladora? Y le contestó: ¿Por qué no usted y yo? El cambio empieza por nosotros mismos, por uno mismo, usted y yo.

Jaime Mayor Oreja

5 de Junio de 2018

Escrito por:

Jaime Mayor Oreja
Ex Ministro del Interior de España. Eurodiputado (2004-2014). Presidente del Foro “Political Network for Values”. Fundador y Presidente de la Fundación “Valores y Sociedad”.