Se cumplió una semana de la gran catástrofe ambiental en el mar del norte de Lima.
Los primeros días fue solo noticia conocida por algunas personas vinculadas o con afinidad a temas ambientales. Diversos motivos podrían esgrimirse, pero lo real fue que no era difundida por los medios abiertos, sino hasta que la situación era demasiado evidente. No es la primera vez que ocurre un derrame de petróleo en el Perú, se estima que, en los últimos 21 años, la Amazonía ha padecido más de 500 derrames. Solo entre los años 2000 y 2019 ocurrieron 474 fugas de petróleo producto de fallas operativas y corrosión de oleoducto nor peruano y de los mismos yacimientos1 y en un porcentaje menor, por acción directa del humano y mucho menor aún vinculado a desastres naturales. El Lote 192 se ubica en Loreto y se extiende hasta la frontera con Ecuador, en este lote existen 1200 puntos impactados por la contaminación y que no han sido remediados. Esa es la realidad en la Amazonía donde la catástrofe ambiental es mayor, pero estando lejos de nuestra realidad, no logramos comprender su real magnitud, pero ahora tocó vivirlo a unos kilómetros de nuestras casas y podemos entender las consecuencias que puede traernos. Las zonas costeras albergan comunidades muy diversas compuestas por invertebrados, vertebrados y algas. La productividad del sistema marino costero ocurre en la zona fótica donde se concentran las poblaciones de fitoplancton. El fitoplancton es el primer eslabón de la cadena productiva, sus poblaciones son abundantes y aprovechan la alta radiación solar, asimismo encuentran gran concentración de nutrientes provenientes del fondo marino a través del proceso de afloramiento. El petróleo es un compuesto denso y tóxico que corta este primer proceso productivo en cualquier dirección, ya sea evitando el paso de la luz solar o intoxicando al fitoplancton; también afecta a organismos filtradores como los moluscos, a consumidores de primer orden y segundo orden, es decir aquellos que consumen fitoplancton y zooplancton. Este se mueve a través de la red trófica afectando a todos sus elementos, se adhiere al plumaje de las aves y les impide volar, también lo pueden tragar al zambullirse al igual que ocurriría con los mamíferos marinos; se adhiere a las peñas, se incorpora al sedimento y a la arena de playa. Cada uno de estos lugares alberga comunidades muy diversas y funcionales cuyo hábitat ha sido ocupado por el petróleo. El impacto ambiental de un derrame de petróleo es enorme, pero no solo implica la pérdida de animales y plantas, sino también la pérdida de los servicios ambientales que nos brinda el mar. Los recursos pesqueros son servicios ambientales que curiosamente representan un gran aporte al PBI. El ecosistema marino con sus corrientes, nutrientes y comunidades dan forma al paisaje costero que tanto valoramos y se transforma en un servicio ambiental de gran importancia en especial durante el verano. Los depredadores superiores proveen un servicio ambiental de ciclado de nutrientes y permiten trasladar elementos importantes para la vida como el carbono, nitrógeno, hierro, entre diferentes organismos, e incluso a trasladarlo desde el mar hacia la tierra como lo hacen las aves con sus deyecciones. Esta nota se está extendiendo y no termino de listar los efectos ambientales que generará el derrame, lo que debe quedar claro es que es altamente dañino, que dejará secuelas y que sobre todas las cosas Repsol no puede dejar de lado su responsabilidad que se extenderá por meses o años. El impacto está generado, solo queda exigir la recuperación del ecosistema marino costero (que no quede en el olvido dentro unas semanas) y asegurar que nunca más se repita.