A pesar de que en el ambiente empresarial se tiene como premisa promover la innovación para afrontar con éxito los retos del mercado, en nuestro país aún no se le ha dado el impulso necesario. Es por ello que nos ubicamos en el puesto 71 de 143 países en el último Global Innovation Index.

Esta situación se da tal vez porque innovar es arriesgar, pero es necesario asumir riesgos si queremos soluciones novedosas, no exploradas en un determinado contexto.

Las empresas que gestionan adecuadamente la innovación pueden lograr mayor rentabilidad al generar ventajas competitivas que, finalmente, permanecen en el largo plazo.

En los últimos años ha surgido una metodología que las empresas y las escuelas de negocios de diversos lugares del mundo están aplicando: el Design Thinking, que promueve la cooperación y la creatividad para abordar los problemas de manera innovadora, rompiendo ideas preconcebidas.

El Design Thinking es un enfoque centrado en las personas, su eficacia se base en entender y dar solución a los problemas reales de los usuarios. Entre los beneficios que presenta destaca la empatía con los usuarios para los que se diseñan soluciones, la flexibilidad y los costos, así como la posibilidad de movilizar y comprometer esfuerzos en torno a una visión compartida.

La Universidad de Stanford propone, a través del Design School, un método de aplicación de Design Thinking que consta de cinco fases:

  1. Empatizar, o descubrir las necesidades más importantes de las personas para quienes se diseña.
  2. Definir adecuadamente e