Por Ana Lorena Elguera Pajares, Directora de la carrera de Psicología de USIL.
Durante esta pandemia, hemos implementado varias formas para exteriorizar nuestras emociones, como generar estrategias de comunicación en casa, actividades que reúnan a todos de manera lúdica, entre otros. Estas actividades grupales son positivas, ya que reúne a los miembros de la familia y así se promueve la salud mental en casa.
No obstante, también debemos dedicarle tiempo al ocio personal. Es decir, tener unos minutos para nosotros, ya sea para planear aquellos pendientes que queremos retomar o iniciar, o tiempo en el que simplemente estamos libres de los quehaceres del hogar y las responsabilidades del teletrabajo.
En este contexto, surge como fuente de distracción las plataformas o redes sociales, que nos ayudan a mantenernos conectados con el mundo exterior y con aquellos miembros de la familia o amigos que, por el confinamiento o la distancia, no podemos ver.
En redes, cada uno muestra información personal que habla de nuestro mundo interior y la manera cómo lo proyectamos hacia fuera. La mayoría de las veces, somos capaces de aplaudir los logros de otros e, incluso, los celebramos como propios. Eso porque, a pesar de la pandemia y el confinamiento, la vida no se detiene. Todo lo contrario: ha seguido avanzando.
Precisamente, por lo que vemos en redes, surgen comparaciones entre la vida de los demás y la nuestra. A partir de ello, es posible que nazcan reproches, sentimientos de ansiedad o culpa por aquello que consideramos que ya debimos haber logrado y todavía no hemos alcanzado.
No obstante, olvidamos que cada uno tiene un tiempo distinto, así como metas diferentes, pero, sobre todo, plazos distintos. No podemos guiarnos por lo que vemos en redes sobre los demás. Recordemos el dicho: no todo lo que brilla es oro. Por ello, no vale la pena compararse con los demás, porque tenemos oportunidades distintas y diferentes formas de llevarlas adelante.
Con frecuencia escuchamos que la felicidad es un camino, no un destino único que nos espera como tierra prometida. Tenemos que aprender a ser felices incluso en la adversidad. Disfrutar de ese camino empedrado nos permite desarrollar fortalezas y sobreponernos a nuestras debilidades para alcanzar nuestras metas, y vencer los obstáculos de la ruta.
Aprender a vivir día a día, sin proyectarnos de manera excesiva, sino disfrutar el presente como el regalo que representa, es una tarea por aplicar con paciencia y ánimo. Se necesita fuerza y voluntad para ser felices, no porque estemos libres de dificultades, sino porque debemos aprender a autorregularnos. Es el primer paso en el camino de la felicidad.
Las redes son fuente de distracción, no de comparación ni mucho menos de valoración de nuestra vida. Veámoslas como un lazo que nos permite estar en contacto gracias a la tecnología, para fortalecer vínculos con quienes se encuentran lejos por esta pandemia.