Richard Orozco, filósofo
Desde que se inició la pandemia, varias reflexiones han revelado giros importantes en distintos aspectos de nuestra modernidad: el fin del antropoceno, del espectáculo de masas, la acelerada expansión del teletrabajo, la explosión del comercio online, etc. Yo quiero fijarme, más bien, en el interior de la epistemología. Como esos, otros a los que he hecho referencia, este tampoco es un giro repentino, pues ya se venía gestando –quizá con voz débil, quizá con falta de seguridad– desde distintas escuelas ‘posmodernas’. Pero creo que la evidencia salta a nuestro rostro y nos impide negarlo o callarlo. Me refiero al necesario cambio en nuestros modelos de ciencia: el giro que va desde la “exactitud” y alto nivel de predicción de las disciplinas físicas, hacia la investigación menos segura, pero más compleja de las ciencias humano-sociales.
Mario Bunge acusaba sin tapujos a la medicina de ser ‘una mera técnica’, pues al investigar por ensayo y error no alcanzaba el nivel de ‘ciencia’. Tras él, una serie de epistemólogos se empecinaban todavía en defender un modelo de ciencia cuyos logros máximos eran la exactitud, la certeza y el alto nivel de predicción. Con esos argumentos también mantenían actual la jerarquía de disciplinas que relegaba a las Ciencias Sociales por ser menos exactas. De hecho, durante siglos había sido la Física la disciplina que mejor respondía a esas expectativas, pues había logrado superar todo tipo de ‘descifrando’ las leyes de la naturaleza.
Los hombres cultos de la modernidad se habían visto deslumbrados por los logros de Newton y sus colegas y, hasta bien entrado el siglo XX, la Física mantenía su lugar privilegiado. Sin embargo, valdría la pena preguntarse a qué costo se logró esa certidumbre. Finalmente, sí pudo conseguir prestigio o respuestas muy útiles para una comprensión de las estructuras primarias de la realidad; sí ganó objetividad sobre la base de un lenguaje formal liberado de los equívocos de la palabra y, por supuesto, la tan venerada cualidad predictiva capaz de informarnos con precisión la fecha y hora de cada siguiente eclipse. Pero ni el prestigio ni la utilidad son suficientes por sí solos para cumplir la mayor expectativa del ser humano: comprender la realidad humana y enfrentar sus problemas más angustiantes. Si la vida es compleja y las necesidades del ser humano también; si la realidad es físico-bio-social, reducir nuestra mirada a los aspectos meramente físicos de la realidad puede significar un costo muy alto para ganar en “exactitud”. Así, una situación como la actual pandemia nos revela la necesidad de repensar nuestros modelos de ciencia.
Lo que enfrentamos no solo es un virus, el número de contagiados o el factor R. Enfrentamos la posibilidad de una salud pública y, más aún, de una vida humana sostenible. Enfrentamos, por eso, una realidad que no es solo física o biológica, sino una mucho más compleja, pues se trata de una realidad físico-bio-social que habrá que aborda transdisciplinariamente. Así, sí hemos de aplaudir, que ya no sea a los reduccionismos, por muy impresionantes que puedan ser sus logros; más bien, nuestros ojos expectantes se dirigen ahora hacia aquellas respuestas integrales que puedan abarcar en mayor grado la complejidad del problema. Es inevitable que dichas respuestas exhiban su calidad conjetural, de ensayo y error; mas esto no será para relegarla, sino que será un rasgo inevitable por la complejidad de su objeto de estudio.
Nadie puede negar que los seres humanos somos una realidad físico-química; que el 96 % de nuestro cuerpo está conformado por cuatro elementos químicos (carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno) y que el otro 4 % es repartido en 40 elementos químicos más. Así, el 100 % de cada persona es una realidad físico-química. Sin embargo, sería una barbaridad señalar que la realidad físico-química agota la explicación de lo humano. Además de ser una realidad físico-química, somos también una realidad biológica, pues somos formados por millones células que nacen y mueren continuamente. Mas, tampoco una explicación puramente biológica puede dar cuenta plenamente del ser humano, pues este es un ser psico-social con una autodefinición, con expectativas, anhelos y miedos; un ser que conforma asociaciones y que sobrevive gracias a esas asociaciones, que comparte y necesita de otros para llegar a su plenitud. Hoy que la pandemia nos obliga a encarar la pregunta más angustiosa por el futuro que esperamos, se nos evidencia la importancia de buscar respuestas integrales que encaren esa complejidad que somos, y nos obliga también a repensar nuestras jerarquías epistemológicas así como nuestras admiraciones y aplausos.