Por Raúl Diez Canseco para América Economía. El desafío de los países de la región pasa por superar el reto de la educación de calidad.

Con el propósito de impulsar nuestra diversificación productiva y fomentar la participación de nuestras naciones y empresas en las cadenas globales de valor, la X Cumbre de la Alianza del Pacífico, realizada a comienzos de julio en Paracas, rubricó acuerdos para impulsar decididamente nuestro capital humano, la innovación, el emprendimiento, la ciencia, la tecnología, el desarrollo e internacionalización de las pymes, la infraestructura, entre otros.

Esta alianza, que concentra el 50% del comercio de Latinoamérica, con lo que se constituye en la octava potencia exportadora a nivel mundial y que la lideran Chile, Perú, Colombia y México, comparte la visión común de impulsar la relación comercial hacia la región Asia-Pacífico.

Y su fuerza crece: a partir de esta cumbre, suman 42 los Estados aspirantes a formar parte del bloque. Los que se integraron a partir de Paracas son diez: Austria, Dinamarca, Georgia, Grecia, Haití, Hungría, Indonesia, Polonia, Suecia y Tailandia.

Como se constata, la expectativa aumenta por este proceso que aspira consumar una importante área de influencia planetaria. Empero ¿cuál es el principal desafío del bloque regional de 215 millones de personas, en su mayoría, jóvenes? El economista español y profesor de la Universidad de Columbia, Estados Unidos, Xavier Sala i Martín, puso el dedo en la llaga en la cumbre: el desarrollo de los países en la región pasa por superar el reto de la educación de calidad, un desafío que implica educar a los niños y jóvenes enfatizando en el desarrollo de la creatividad en vez de la memorización, “pues esto último lo pueden hacer las máquinas de manera operativa y más eficaz”.

El también creador del Índice de Competitividad Global del Foro Económico Mundial (WEF), aseguró que hoy estamos en la época de la creatividad y, por tanto, hay que dotar a todos los niños del mundo de un nuevo tipo de educación. “Los profesores van a tener que ser reeducados para que entiendan cómo se deben hacer las cosas. La memorización, que hasta ahora hemos utilizado, sirve de poco”, dijo.

Añadió dos hechos incontrastables: “El mundo vive dos grandes revoluciones: la de la fuerza laboral de china que ofrece costos bajos y alto rendimiento (factor que está por terminar), y la de la tecnología, que amenaza con reducir los presupuestos de trabajo a nivel global con la automatización de las industrias”.

Por lo general es recurrente sostener que la innovación, el desarrollo de capital humano y el fortalecimiento institucional siguen desempeñando un papel decisivo a la hora de determinar cuáles son las economías más competitivas del mundo. No obstante, ¿qué modelo o sistema educativo nos asegura una educación que permita ser más creativos, sostener una economía inteligente y que apunte a que niños y jóvenes sean competitivos en el futuro?

Es claro que la característica distintiva de las economías que son capaces de crecer rápidamente es la capacidad de lograr mayor competitividad gracias a la adopción de reformas estructurales sobre todo en educación. Los países asiáticos apostaron décadas atrás por las ingenierías, la ciencia y la tecnología, y los resultados de sus economías ahora son envidiables. Luego las naciones nórdicas, con Finlandia y Suiza a la cabeza, destacan en altos índices de competitividad global y mejores índices de felicidad social gracias a una educación integral, holística y socrática.

Sin embargo, es pertinente subrayar que quienes crearon las grandes industrias del acero, del transporte, de los automóviles o de las finanzas y que han sido la base del progreso humano del siglo XX, como Rockefeller, Vanderbilt, Carnegie, Ford y J.P. Morgan, o los que modelaron la revolución tecnológica que domina el siglo XXI, como Steve Jobs de Apple, Bill Gates de Microsoft, Larry Page y Sergey Brin, fundadores de Google, o Mark Zuckerberg, desarrollaron su riqueza al margen de la educación formal. Sumemos a ellos millones de emprendedores del mundo que igualmente generaron y generan empresas sobre la base de un espíritu creativo e innovador.

¿Qué hacer, entonces? Primero que nada, mejorar el modelo educativo, que fortalezca la competitividad técnica y profesional de millones de jóvenes que enfrentarán pronto un futuro con muchos retos y movilidad laboral y global (Sala i Martín nos habla de que el 50% de empleos del futuro está todavía por crearse). Luego, el sistema tiene que concentrarse en vigorizar el talento innato del 10% de jóvenes que, según estudios especializados, configuran el universo de estudiantes con alto potencial de creatividad, inteligencia y rendimiento. No debemos olvidar que la inteligencia es la virtud humana que más se relaciona con los ingresos, el nivel educativo y el nivel ocupacional.

Prudentes sobre estos escenarios, en la Corporación Educativa San Ignacio de Loyola, empezando desde etapas muy tempranas de la vida hasta los niveles de posgrado y más, proponemos formar profesionales autónomos y emprendedores. De allí adecuamos al mundo laboral los perfiles profesionales y académicos que se requieren, regulamos los currículos en torno a una formación ‘por y en’ competencias (transversales, genéricas, específicas) y promovemos de una manera ágil, dinámica y flexible, una mayor interrelación de los conocimientos y las prácticas educativas. Son factores indispensables de formación la comunicación efectiva, el trabajo en equipo, la adaptabilidad, la iniciativa, la resiliencia, y el dominio de un segundo y tercer idioma.

En lo pertinente a la formación técnica, contamos con el Instituto de Emprendedores, uno de los 720 institutos con que cuenta el Perú, cuya población técnico-estudiantil asciende aproximadamente a 355.000 jóvenes. De estos, el 80% cursa estudios en el sector servicios y solo un 20% en el sector industrial. Sin embargo, los estudios demuestran que el mercado laboral en este sector demanda técnicos especializados en ramas productivas y ajenas al comercio y la tecnología. Aquí un punto por revertir.

Por otro lado, de cara con nuestro compromiso social corporativo y a través del Programa Nacional de Becas y Crédito Educativo (Pronabec), aplicamos desde el 2012 nuestra experiencia en los programas Beca 18 y Beca Vocación Maestro. Claro ejemplo de cómo en alianza con el Estado se puede contribuir con acrecentar la equidad en el acceso a la educación terciaria de los jóvenes en situación de pobreza y, sobre todo, responder a las demandas de las ramas productivas (ingenierías agroindustrial, agronegocios, civil, logística y de transporte, industrial y comercial, computación e informática, y ambiental) y de humanidades (arquitectura y urbanismo, y educación a nivel inicial, primaria y secundaria).

Todavía más: desde las prácticas preprofesionales hasta la inserción final en el mercado laboral, nuestro modelo educativo fortalece en los estudiantes, las capacidades gerenciales, de trabajo en equipo, el networking profesional, entre otras habilidades. Luego pone en práctica el Plan de Seguimiento al Graduado, que mide el nivel de empleabilidad de sus egresados a través de indicadores como las tasas de inserción laboral, tiempo promedio de búsqueda de trabajo, salario promedio inicial, etcétera, indicadores que podrían utilizarse en la elaboración de la matriz de objetivos de los programas académicos.

Estas son algunas reflexiones que vertebramos a raíz de la reciente Cumbre de la Alianza del Pacífico y su compromiso con la educación del futuro que debe impulsarnos a mirar el horizonte desde la perspectiva creativa. “Si he visto de lejos ha sido porque he subido a hombros de gigantes”, dijo Isaac Newton. Recuérdenlo.

Fuente: América Economía N° 087, julio 2015
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