Los historiadores afirman que cada siglo tiene una pandemia que cambia el comportamiento de la humanidad y reta a la ciencia médica a avanzar a pasos acelerados. El siglo XXI no ha sido la excepción. La COVID-19 llegó para impactar en nuestros estilos de vida, modelos de desarrollo y maneras de relacionarnos con la naturaleza.
Pero si hay algo que difícilmente dejaremos de hacer es trasladarnos, por distintos motivos, a lugares diferentes de nuestro sitio de residencia. Y es que la necesidad de viajar no solo es un asunto de ocio y uso de tiempo libre. También tiene que ver con nuestra economía y nuestro desarrollo como sociedad. Necesitamos visitar a nuestros amigos y familiares, que por tanto tiempo hemos dejado de ver. Necesitamos retomar nuestros estudios, labores profesionales, atender nuestra salud, nuestra fe o, incluso, nuestra necesidad de ayudar al otro. Y todos estos aspectos se relacionan con, probablemente, el sector más golpeado hoy: el turismo.
Además de la necesidad intrínseca de viajar, propia de la sociedad de consumo, hay otra ventaja a favor de la reactivación del turismo y los viajes: la resiliencia que ha mostrado la industria en anteriores crisis. Según el UNWTO Global Tourism Dashboard, publicado el 28 de julio pasado por la OMT, durante la epidemia del SARS, el turismo logró un crecimiento positivo a cinco meses de la crisis. En tanto, tras el atentado terrorista del 11S, el turismo creció después de seis meses de lo ocurrido. Mientras en la crisis económica del 2008, el turismo logró cifras positivas diez meses de iniciada la misma.
Los dos factores en contra de la reactivación del turismo tienen que ver con la economía familiar, tan golpeada en la mayoría de los países, y con el miedo a viajar, donde se puede contraer el virus. Ambos factores pueden controlarse a través de viajes de bajo costo (asociados al turismo de proximidad) y de controles estrictos de la pandemia.
El turismo volverá, pero debe ser conducido y gestionado de forma diferente. Primero porque se deben incorporar nuevos valores como el de salud pública, lo que obligará a Gobiernos y emprendimientos a evitar la posibilidad de contagios entre los visitantes, los pobladores locales y los trabajadores de destinos y servicios turísticos. En ese sentido, los protocolos elaborados por el Estado son documentos clave para la reactivación del sector.
Segundo porque no debemos saturar atractivos ni ciudades, ni afectar la vida local y su naturaleza en aras únicamente de lograr mayores ingresos económicos. Y tercero porque es claro que no debe volver a suceder que, frente a una pandemia, un desastre natural o un hecho directamente provocado por el hombre, la industria del turismo se paralice generando la inmediata pérdida de miles de puestos de empleo. Sea porque tengamos planes de contingencia o porque hemos diversificado nuestras fuentes de ingresos, lo que estamos viviendo debe convertirse en una lección para el presente y el futuro de la humanidad.
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