¿Bajar el IGV de algunos productos ayuda a dinamizar la economía?

Con el paso del tiempo la imagen del recaudador de impuestos se ha suavizado, hasta el punto que muchos consideran esencial su presencia en el devenir de las sociedades. Para comprender el tema que en esta ocasión les propongo tratar, es de vital importancia definir los dos principales términos que lo componen: IGV y economía.

Empecemos por el segundo de ellos. ¿Qué es la economía? Muchos la han tratado de definir. Cada uno de nosotros, seamos o no peritos en el tema, tenemos una idea vaga de su significado, ya que con frecuencia nos topamos con este término al prender la tele y sintonizar algún noticiero, al revisar las redes sociales, al participar en alguna charla con amigos, o al conversar informalmente con el taxista que nos da un aventón.

La definición que hasta el momento me ha convencido es la que fue formulada por el más grande de nuestra querida ciencia: Ludwig von Mises, para muchos, un absoluto desconocido, puesto que los currículos académicos hacen mayor énfasis al keynesianismo y su consecuente intervencionismo estatal. Mises escribe lo siguiente:

[La economía] es la ciencia de toda forma de acción humana. La elección determina todas las decisiones del hombre. Cuando realiza su elección, el hombre elige no sólo entre diversos bienes y servicios materiales; cualquier valor humano, sea el que sea, entra en el campo de su opción. Todos los fines y todos los medios —las aspiraciones espirituales y las materiales, lo sublime y lo despreciable, lo noble y lo vil— se ofrecen al hombre a idéntico nivel para que elija, prefiriendo unos y repudiando otros.

Por lo tanto, la economía es la ciencia de la acción humana, razón por la cual se nos es muy familiar, puesto que la ejercemos en todo momento y en todo lugar, incluso sin saberlo. De tal manera que nuestra querida ciencia «no es ni lógica, ni matemática, ni tampoco psicología, física o biología» (Mises, 1949), para sorpresa y resquemor de muchos ingenieros sociales y económetras.

Ahora es el turno de trasladarnos al otro lado del espectro de la realidad. Si la economía exige la capacidad del ser humano de elegir de forma libre, voluntaria y espontánea, su antítesis corresponde a lo forzoso, obligatorio y coercitivo. Estamos entrando ya al campo del primer término mencionado: los impuestos.

De forma sencilla y para que sea entendida sin tapujos, los impuestos representan fracciones de nuestra riqueza que se nos extrae de forma cada vez más sutil, pero que en el fondo implica el uso monopólico de fuerza por parte del Estado, sobre otras que son productivas y atienden a los mercados con bienes y servicios que son aceptados y valorados por la sociedad.

Allí recae el poder político: no cualquiera puede expoliar nuestra riqueza amparados en la «ley» (que ellos mismos redactan y aprueban).

Si bien es cierto, la forma de realizar este despojo se ha «civilizado», la esencia sigue siendo la misma: en lugar de que algún gendarme bien equipado con elementos de ataque toque a la puerta exigiendo un pago, nuestra riqueza es extraída sin darnos cuenta cuando aceptamos precios inflados que encubren impuestos (IGV) convirtiendo a los empresarios en modernos recaudadores ad honorem.

Por lo tanto, el resultado de aplicar impuestos comprime nuestra plena libertad de elegir, de ejercer nuestras decisiones basadas en valoraciones individuales, gustos, preferencias, modas, tendencias, aspiraciones, sueños y metas, y de gozar enteramente del fruto de nuestro trabajo.

Estamos con las manos atadas cada vez más fuertemente, y no nos damos cuenta.

Me preguntan: ¿reducir el IGV? Claro que sí. ¿De algunos productos? No. Que reduzcan su porcentaje en forma general, pues aplicarlo para algunos bienes y para otros no implica un trato desigual frente a la ley: a los que van a restaurantes o se hospeden en hoteles se les despojará menos, pero a quienes llenen su tanque de gasolina el pago será mayor. No tiene ningún sentido técnico aplicar esa discriminación.

Fuentes:

Mises (1949). Human Action: A Treatise on Economics.

Escrito por:

MSc. Clemente André Zamora Fernández

Profesional con grado académico de maestro en Ciencias Económicas en el campo de Recursos Naturales y Medio Ambiente.