El mundial es una de las herramientas de soft power más potentes. Lastimosamente, esto también sirve como herramienta de camuflaje.
El Mundial de Fútbol ha llegado y masas de fanáticos han arribado a Qatar. Según estimaciones del gobierno, más de millón y medio de personas se darán cita de manera presencial en el que promete ser el mejor mundial de la historia. El estado árabe ha garantizado la seguridad de sus turistas a través de la emisión de la tarjeta Hayva, que solo permite el ingreso al país de personas que cuenten con entradas para los partidos, y ha construido 16 hoteles flotantes ubicados estratégicamente a los alrededores de los estadios sede.
Qatar apuesta por mejorar su imagen país a través de la cita mundialista, no en vano ha invertido más de 200 mil millones de euros para albergar la competición, y es que no es la primera vez que un mundial es utilizado como herramienta de diplomacia pública. En lo que vamos de siglo, sirvió para disminuir las tensiones sociales entre Corea del Sur y Japón, producto de la II Guerra Mundial; presentar a nuevas potencias en la escena internacional como Sudáfrica y Brasil y; reparar la imagen de Rusia después de la anexión de Crimea y de las serias acusaciones de violación de derechos humanos en las que ya, en ese entonces, se encontraba involucrado. El mundial es una de las herramientas de soft power (poder blando) más potentes de nuestra era, rebasa los límites tradicionales de las relaciones bilaterales entre autoridades estatales para dirigirse a un público más amplio, que está al otro lado del televisor y que recibe de manera positiva los valores, costumbres y tradiciones del estado anfitrión. Lastimosamente, esto también sirve como herramienta de camuflaje, para encubrir el lado oscuro de estos países.
Desde que FIFA dio a conocer a Qatar como sede del mundial, los defensores de los derechos humanos se han mostrado en contra de la decisión. El país árabe está acusado de reprimir la libertad de expresión, prensa y asociación, no contar con garantías de debido proceso en sus juicios, y de discriminación en la ley y en la práctica contra las mujeres. A estas deplorables denuncias se le suman las realizadas por Amnistía Internacional en 2010, sobre explotación laboral durante la construcción de los “estadios de sangre”. Según el organismo no gubernamental, los trabajadores tuvieron que soportar hasta 50 grados de temperatura, jornadas interminables, escasas medidas de seguridad y amenazas de expulsión del país si no aceptaban las condiciones impuestas. Estas denuncias cobraron fuerza en 2020, cuando The Guardian cifró en 6.500 el número de trabajadores muertos durante las obras, basándose principalmente en los datos proporcionados por los países de origen de la mano de obra: India, Bangladés, Nepal, Sri Lanka y Pakistán.
Por si fuera poco el Mundial no solo camuflará el lado oscuro de Qatar, sino que redirigirá la atención de la población internacional. Una auditoría realizada por la empresa Publicis Media Sports and Entertainment (PMSE) recopiló las cifras consolidadas de la audiencia de la Copa Mundial de Rusia, dando como resultado que un total de 3572 millones de personas, más de la mitad de la población mundial durante 2018, sintonizó la competición más importante del balompié. FIFA está convencida que Qatar superará con creces los niveles de audiencia de la cita mundialista anterior. Lamentablemente, esto no es motivo de celebración. Desde febrero del presente año, Rusia ha emprendido una invasión contra Ucrania sin respetar los principios rectores del derecho de guerra y el derecho internacional humanitario. Asociaciones civiles organizadas como Human Rights Watch, Amnistía Internacional y Médicos Sin Fronteras acusan al gobierno de Putin de haber cometido de crímenes de guerra y lesa humanidad, y en las últimas semanas se han registrado bombardeos incesantes contra objetivos civiles en las principales ciudades de Ucrania. Ciertamente, la pelota no se debe manchar, pero mientras la atención mundial esté centralizada en Qatar miles de personas seguirán siendo víctimas de violaciones a Derechos Humanos, la economía seguirá agonizando y la hambruna seguirá creciendo.