Durante todo el mes de diciembre de 2019 (algunos afirman que desde noviembre), un virus misterioso se propagaba en Wuhan, una ciudad de 11 millones de habitantes en el sur de China. Varias personas acudían a hospitales de la ciudad con síntomas similares a los de una neumonía. Los tratamientos habituales no funcionaban, pero para el gobierno chino era importante no difundir la noticia. Incluso, se aconsejaba a los médicos que no escribieran "neumonía viral" en sus informes.

Hoy, a poco más de tres meses, estamos en medio de una gran pandemia y sabemos que, una vez que la pandemia haya pasado (que ya ha infectado a más de 3  millones de personas en todo el mundo), "ciertos gobiernos serán sacudidos, sus ciudadanos acusándolos de haber fallado en su respuesta a la crisis; algunas economías se verán afectadas y otras colapsarán" (CSIS, 2020). Miles de personas alrededor del mundo han perdido ya la batalla, la reacción estadounidense ha disgustado a los europeos y China está mostrando aún menos transparencia de lo habitual: el nuevo coronavirus está en proceso de redefinir la política mundial. La pandemia que azota al mundo hoy es aún más desestabilizadora, debido a que agrega cada vez más incertidumbre, apareciendo como el acelerador de una cultura de miedo ya preexistente y el revelador de fracturas políticas aún más profundas de lo que uno podría haber imaginado.

Donald Trump, que inicialmente había minimizado los riesgos del COVID-19, impuso brutalmente una prohibición de entrada temporal a la mayoría de los europeos, para combatir el "virus extranjero". Una decisión que causó la indignación de los líderes europeos, quienes se quejaron de no haber sido consultados, lo que el presidente estadounidense reconoció. Ahora, se cuestiona el papel asignado a Washington como “policía mundial”, desde la Segunda Guerra Mundial. Muchos de sus socios y aliados se preguntan si podemos contar con que Estados Unidos lidere la respuesta a una crisis global.
Tensiones diplomáticas han aparecido súbitamente: mientras el gobierno turco retenía respiradores artificiales destinados a España (Embury-Dennis, 2020), Francia hacía lo mismo con las mascarillas (Valeurs Actuelles, 2020). Fronteras se cierran y otras se refuerzan con tanques, mientras se negocian la repatriación de sus ciudadanos. Los medios chinos, incluso, informaron un posible alto en las exportaciones de equipos de protección personal (EPP) chinos, para presionar a Washington a aflojar sus sanciones contra el gigante tecnológico Huawei. Las relaciones sino-americanas se vuelven más ásperas: mientras que el gobierno norteamericano buscaba relacionar, a toda costa, el virus con competidor económico directo, Zhao Lijian, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores chino, también promovía teorías de conspiración destinadas a desacreditar a Washington, sugiriendo que Estados Unidos habría liberado el virus a Wuhan.

Simbólica y sorpresivamente, cuando el gobierno italiano pidió ayuda, fue China (y no Francia o Alemania) la que acudió a su llamado proporcionándole expertos médicos, mascarillas y equipos de ayuda respiratoria. A medida que China se abre a Italia, Estados Unidos se cierra a Europa. Donald Trump, para compensar indudablemente la ligereza e irresponsabilidad de su tratamiento inicial del virus, reaccionaba de manera unilateral y confusa. El Gobierno de Beijing también envió suministros médicos a España, país fuertemente afectado, en un intento por demostrar su efectividad, usando también esta crisis como medio de presión sobre los Estados Unidos, que ya buscaba combatir el soft power chino en todo el mundo. La pandemia está alterando el equilibrio de poder entre los principales bloques, en beneficio de China (en una supuesta primera instancia). Mientras tanto, en occidente se ha marcado una postura social colectiva por quedarse en casa y los países emergentes corren el riesgo de sufrir un choque económico monumental.

¿Cómo podemos explicar la fuerza de la ansiedad colectiva que este virus ha causado? ¿Qué podemos esperar del panorama internacional para los próximos años? Los rumores más descabellados han circulado por todos lados. En Europa se ha visto a personas cambiar de dirección en la calle para evitar cruzarse con asiáticos, por temor a infectarse, lo que llegaba a sugerir que “todos los chinos se habían convertido en portadores del virus”. La epidemia ha provocado reacciones completamente irracionales, desde teorías de una gran guerra biológica entre grandes potencias, hasta grandes teorías conspirativas para eliminar a la pobreza mundial.

Lo cierto es que la República Popular China tendrá que trabajar muy duro para recuperar la confianza del mundo, luego de haber tratado de ocultar un problema viral nacional que terminó convirtiéndose en la pandemia más política de los últimos tiempos.

Fuentes de investigación:

  • El secretario de Estado, Mike Pompeo, lo renombró "el virus de Wuhan" (Casiano, 2020) y el senador republicano, Tom Cotton, prometió que su país "responsabilizaría a quienes lo infligieron en el mundo" (Johnson, 2020), señalando subjetivamente al gobierno de Beijing.

Escrito por:

Diego Sebastián Sánchez Chumpitaz

Coordinador de la carrera de Administración & Emprendimiento de la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad San Ignacio de Loyola.