El impacto global que ha tenido el COVID-19 ha estremecido significativamente el mundo de las relaciones internacionales, cambiando la dinámica y el rumbo de muchos de los conflictos de mayor interés dentro del sistema internacional. El pasado 23 de marzo, el secretario general de la ONU, António Guterres, demandó un “alto el fuego mundial” que detenga todas las guerras existentes para ayudar a hacer frente a la pandemia del coronavirus. El llamado de Guterres tuvo mayor recepción de la esperada.
En Colombia, el Ejército de Liberación Nacional decretó un alto al fuego unilateral de un mes, asegurando que se trata de un “gesto humanitario con el pueblo colombiano”. En Yemen, los grupos involucrados en la guerra civil acordaron un cese a las hostilidades a nivel nacional. A pesar de que dicho acuerdo fue violado días después, logró poner en pausa un cruento conflicto que perdura desde 2015. En Libia ocurrió una situación similar. Asimismo, grupos armados como las Fuerzas de Defensa del Camerún del Sur y el Nuevo Ejército del Pueblo en Filipinas han decidido cesar sus actividades temporalmente.
El caso más significativo es el de israelíes y palestinos, que se han visto obligados a cooperar para contener la propagación de la pandemia. El Ministerio de Sanidad israelí ha enviado equipos de detección del coronavirus y ha facilitado la entrada de material médico. El diálogo entre el Rivlin y Abbas, presidentes de Israel y Palestina, respectivamente, ha significado un acercamiento sin precedentes desde que se cancelaron las negociaciones en 2014.
Mientras en otros lugares del mundo se firman acuerdos de alto el fuego y cese de hostilidades, grupos terroristas como Boko Haram o el Estado Islámico del Gran Sahara (ISGS) continúan realizando ofensivas en el Sahel. Y es que, a pesar de algunos avances positivos, todavía persisten conflictos en Siria, Irak, Afganistán, Somalia, Mali o Sudán del Sur, por nombrar algunos; que, de no acatar un alto fuego, podrían convertirse en focos de contagio de coronavirus que agraven la crisis humanitaria que impera en dichos países.
El coronavirus apareció como una inesperada arma de doble filo, ya que ha logrado detener, al menos temporalmente, algunos de los enfrentamientos más sangrientos en el mundo. Mientras que, por otro lado, puede ser este mismo virus el que agrave la ya deteriorada situación de países en África, Asia y Medio Oriente. Esta situación afecta especialmente a los países asolados por conflictos, donde hay sistemas sanitarios ineficientes, que perjudican especialmente a los refugiados y a las personas desplazadas. Este virus no entiende de nacionalidad, etnia, facción o fe. Ataca a todos, sin tregua. Mientras los conflictos armados continúan en todo el mundo, son los más vulnerables los que pagan el precio más elevado.