Ian Gilbert, fundador de Pensamiento Independiente, autor y editor, cuenta que, cuando en las investigaciones les preguntan a los niños qué esperan de un buen profesor, surge en las respuestas, de forma predominante, el sentido del humor, la coherencia y la relevancia sobre generar diferentes emociones positivas en el aula para motivar y facilitar el aprendizaje. Así, de gran importancia son las emociones en la educación y la necesidad imperiosa de conciliar el conocimiento con el entretenimiento o, que es lo mismo, de armonizar el cerebro racional con el emocional.

Ello pese a la coyuntura: a nivel global, 1 370 millones de estudiantes han debido interrumpir sus clases. Solo en América Latina, para dar un ejemplo, la cifra se aproxima a los 156 millones, más del 95 % de los estudiantes han sido afectados abruptamente. El imprevisto que subyuga al mundo por causa de la pandemia por COVID-19 nos hace percibir la vigorizante labor que ejecutan los profesores porque nos obliga a contraponernos con un espacio vacío, ciclópeo, impensable. Sucede, entonces, que cuando uno de nosotros se propone como objetivo la consecución de una meta particular. Lo hace porque, entre otras cosas, anhela alcanzarla con un nivel de éxito aceptable. Lógicamente, las probabilidades de ejecución de tal faena serían muy reducidas si desde el inicio aceptáramos nuestra incapacidad para orientarla a buen término.

Por consiguiente, parece innegable el papel que las expectativas de logro juegan en el desenlace de una diligencia determinada, en el caso de que se intente realizarla. Revisar el rol del docente en 2020 resulta gravitante, ya que el entorno actual, normado y calculado bajo influencias sociales desorientadas, episodios cinematográficos, psicológicos y gigantescos aportes de la tecnología, lo sitúan en el centro de la necesidad de afectación, retroalimentación, reinvención y revalorización de sus estudiantes.

Considerar peculiaridades que permitan concebir al profesor como enlace irremplazable en las transformaciones de cambio, no pensándolo como receptor y ejecutor, sino como clave insustituible del cúmulo de acciones que determinarán nuevos rumbos en el quehacer educativo, nos introduce a una pregunta en el proceso crítico cognitivo social de argumentación: ¿cómo continuarán motivando a los alumnos, enseñando a la distancia y procurando que entiendan y aprueben?

Mencionar la relevancia de la participación de los padres en la educación online lo redibuja por completo para ser intermediario en una sociedad silenciosa, pero necesaria, en ser director, gerente, coaching personal de una clase, donde las indicaciones, denominadas estrategias, deben ser tan diáfanas que permitan la integración plena del equipo.

El actual escenario educativo subraya al docente como: “autor a nivel de ejecutor” de un conjunto de estrategias didácticas y de reorientación tendientes a favorecer los procesos de cambio en educación. Sin embargo, partiendo de un planteamiento que hace visible el compromiso docente y sus variables, es posible focalizarnos desde una perspectiva en la que este actor, el profesor, pasa de ser un ejecutor de patrones establecidos externamente, a un actor protagónico, donde el compromiso se estructura como un potente articulador de los procesos de identidad y promoción de profesionalidad que otorga sentido, propósito, implicación y acción a los procesos de cambio.

Teniendo en consideración lo hasta aquí mencionado, podemos dilucidar que para abordar comprensivamente el compromiso docente se ha de prestar delicada atención a la compleja articulación de relaciones que este instaura con la enseñanza, sus estudiantes, profesión, escuela y hogar, lo que distingue dimensiones en las cuales se antepone dicho compromiso y que coloca en el centro de este un fuerte componente relacional-emocional-vocacional. De tal manera, su construcción y consolidación dependen de las relaciones con, para y por otros, las que se solidifican en y a través de un contexto y sentido de propósito particular.

Finalmente, la revalorización del docente cambió. Así como lo hizo a lo largo de la historia, y así como en sus inicios el profesor o maestro detentaba el saber, a lo largo del tiempo y con el avance de las sociedades y la irrupción de tecnologías cada vez más complejas, su perfil continúa reconfigurándose. De un tiempo a esta parte, el docente se ha ido perfilando como mediador de los acontecimientos educativos, capaz de diseñar y crear oportunidades únicas de aprendizaje. Es este el rol, el de docente mediador, el que quizás hoy más que nunca cobre relevancia y nos permita avanzar en la tarea de educar en circunstancias de incertidumbre, tal como la que atravesamos.

Fuentes de investigación:

https://www.essarp-conference.org.ar/2016/es/essarp-speaker/ian-gilbert/

https://news.un.org/es/story/2020/03/1471822

Escrito por:

Litta Yorka Málaga

Docente de la Facultad de Educación de USIL con experiencia profesional interdisciplinaria y curricular orientada a la cultura política y a la realidad de la educación peruana.