Breve historia de una batalla naval - 1879

En la Bahía de Mejillones, cerca de la punta Angamos, región de Antofagasta, en mares hoy de la República de Chile, aconteció una batalla naval que se conmemora con respeto y gratitud por toda la ciudadanía peruana. Hace 141 años, el 5 de abril de 1879, la República de Chile declaró la guerra a dos naciones limítrofes: Perú y Bolivia. Dentro de esta muy estudiada historia nos concentraremos en un breve y significativo acontecimiento.

El 8 de octubre de 1879, a las 9:50 a. m., partió a la gloria inmortal el Almirante Miguel Grau, quien se encontraba en la misma Torre de Mando del Monitor Huáscar, luego de un fulminante ataque enemigo. El primer teniente, Diego Ferré, falleció también en aquel instante, producto del efecto de la onda explosiva. La sucesión en la cadena de mando era inmediata: Elías Aguirre, Diego Ferré y José Melitón Rodríguez, cada uno asumió al deceso del superior caído. Finalmente, el oficial Pedro Garezón, quien, junto con otros tres oficiales, decidió el hundimiento del navío, que no se concretó ante el abordaje de la tropa chilena. La derrota y captura del histórico navío representó la derrota en la defensa marítima patria, durante la Guerra contra Chile (1879–1884), también conocida como la Guerra del Pacífico. Casi cinco años después, en agosto de 1884, se retiraron las últimas tropas del Ejército chileno asentadas en Lima, dejando el Callao y, finalmente, el país.  

Tempranos honores a los caídos en Angamos - 1890

Luego de la guerra, y como bien mencionan Aljovín y Araya (2005), la vida ciudadana y republicana continuó en nuestro país. Se inició el denominado período de Reconstrucción Nacional (1884–1895), no exento de las necesidades sociales y económicas propias de la época: agricultura, minería, comercio, entre otros. Se reorganizaron los partidos políticos alrededor de Andrés A. Cáceres, Nicolás de Piérola y el Partido Civil. El Perú comenzó a levantarse de sus ruinas, literalmente. El Estado republicano, como la ciudadanía en general, consideró y resolvió los necesarios honores a los caídos en Angamos. El 15 de julio de 1890 arribaron al Callao distintos restos de los héroes de la Guerra. Uno de ellos, el de nuestro héroe naval, el Almirante Miguel Grau. Posteriormente, se inició también en Lima un proceso de embellecimiento arquitectónico, así como su modernización. Entre aquellas obras públicas ellos se pueden enumerar: la Cripta de los Héroes (Pacheco, 2018) y el de las plazas a héroes como Bolognesi y Grau, estos últimos dentro del proceso de conmemoración del primer Centenario de Independencia (Casalino, 2017).  

El heroísmo de Angamos y la peruanidad de hoy

Ciertamente, el proceso histórico de la guerra no deja de ser aciago en nuestra memoria histórica: ¿ameritaría recordarlos? Claro que sí, porque significó también el gran esfuerzo de los peruanos por iniciar la reconstrucción de un país, el de retornar a una ruta del desarrollo y progreso en todas sus dimensiones, de ciudadanos que se levantaron ante la evidente crisis posterior a una guerra. 

La historia de una nación nos enseña que no solo cuentan los hechos meritorios de crecimiento y bienestar, también cuentan aquellos acontecimientos de derrota e, incluso, de ignominia, porque en ellos se inmolaron grandes personas. Sus sacrificios fueron, sin duda, heroicos: por una bandera, por una República, por una Nación. Fue un instante de decisión, difícil, durísimo. Quienes sucedieron a Grau pudieron decidir rendirse, ya habían cumplido su noble misión exigida por un milenario código militar: no rendir plaza, o navío. Su sentir patrio ya estaba demostrado, no era necesario más. Pero ninguno de los que sucedieron a Grau tomó camino contrario al de su comandante: Aguirre, Ferré, Rodríguez. Ninguno siguió, sino dos resoluciones: continuar levantando la bandera aún ante la evidente derrota. 

El último oficial en mando, Garezón, en junta de oficiales sobrevivientes decidió hundir el Huáscar, inclusive. La grandeza de aquellos hombres no les vino de la cuna, o de heredad. Provino de sus actos, de sus honestas y claras decisiones. Sintieron vivamente la necesidad de seguir a su líder, de no claudicar. Nos legaron así un cariño grande por aquello por lo que ofrendaron su vida misma: el ser y sentirse peruanos. 

Ello es ejemplo para nosotros, los peruanos del siglo XXI. Ser peruanos nos invita a identificarnos con los valores mismos de aquellos hombres, con su actuar. Creer es confiar que, a pesar de las vicisitudes propias del acontecer de los hombres y sus tiempos, somos parte de una cultura milenaria, de hombres que merecen ser recordados. Poseemos una visión optimista y esperanzadora de nuestro devenir. El Perú que queremos habita en nuestros corazones, habita en cada uno de nosotros. Por lo expuesto, nuestra necesaria conmemoración y gratitud a aquellos peruanos de hace 141 años, porque nos enseñaron que la vida, como peruano, bien vale vivirla por nosotros mismos y por quienes vendrán.

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Fuentes de investigación

Escrito por:

Juan Carlos Huaraj Acuña

Magíster en Historia. Bachiller en Ciencias Sociales y en Educación. Licenciado en Historia. Todos los grados y títulos por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.