En el origen de la Declaración de los Derechos Humanos (1948) encontramos el dantesco escenario de los millones de muertos a causa de la persecución contra el pueblo judío, durante la Segunda Guerra Mundial. La historia y la vida de cada uno de los muertos, víctimas del antisemitismo y de la guerra misma, despertó la exigencia en la recién formada ONU (1945), de repensar y formular unos principios y criterios para custodiar y proteger a cada de ser humano de todo daño y violencia. La historia de los DD. HH. tuvo en el Holocausto un hito desgarradoramente hiriente para establecer, con categoría de principios universales y obligatorios, unos mínimos exigibles sin excepción a quienes comprendan el imperativo de la justicia y quieran garantizar la convivencia humana.
Establecer una fecha conmemorativa (27 de enero) para cultivar la memoria, como mediación pedagógica necesaria en la educación para la convivencia de las presentes y futuras generaciones es una exigencia vital. La justicia, como principio filosófico y ético, es irrenunciable para construir una convivencia armoniosa. Después del horror del Holocausto, pero también de todos los horrores (pasados, recientes y actuales), cuyas víctimas son afrentados en su misma condición humana, es imperativo educar para comprender las consecuencias acarreadas por la destrucción sistemática del ser humano. A través de sistemas surgidos de la intolerancia y del odio se violenta a quienes, por diversa razón, se les niega la dignidad y el valor de su condición humana. Esta es la primera acción de muerte que conduce, como en el Holocausto, a todo tipo de agresión y, finalmente, a la violenta eliminación física. La negación de la condición humana justifica y promueve todo tipo de agresión, desde lo verbal y simbólico, hasta causar la muerte.
Por ello, actualizar y promover la convicción colectiva sobre la certeza de unos derechos inherentes a todo ser humano es un imperativo ético. No existe proyecto realizable de una convivencia pacífica, en cualquier recinto humano, sin esta certeza. Es el cimiento para garantizar el desarrollo integral y el bienestar de nuestras sociedades y de cada persona.
Hoy, como ayer, debemos seguir entendiendo los DD. HH. como la razón de origen y de finalidad de toda sociedad que quiera convivir en armonía. La relevancia de la defensa y promoción de los DD. HH. como convicción ética y realización concreta debe ser primordial en todas las iniciativas del cuerpo social, empezando por la educación en todas sus etapas.
En el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, y en el rostro y el nombre de cada víctima, escuchamos y reconocemos la voz de unos DD. HH. que esperan convertirse en los criterios indiscutibles para evitar y combatir todos los atentados y agresiones contra el ser humano, su valor y dignidad.
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