Mis primeros emprendimientos los comencé durante el colegio. Vendía helados durante el verano y fotocopias de las guías de Pokémon durante el invierno. Diseñaba tarjetas navideñas y stickers para los regalos para mi familia y sus amistades. Desde joven, sabía que me gustaba hacer negocios. Una vez completada la universidad, retomé este impulso de crear empresas, solo que esta vez no hubiera sido bien visto que hiciera lo mismo del colegio, había que aspirar a más. Es por eso que decidí hacer emprendimientos tecnológicos.
Mi primera empresa fue una consultora de tecnología de información para pequeñas y medianas empresas (PYMES). Lo cofundé con un compañero de mi promoción de ingeniería. Nuestro trabajo consistía en brindar asesoramiento tecnológico para los negocios de aquellos años, los cuales no sabían mucho de esos temas. Un año después de esta experiencia, tuve la oportunidad de participar en un programa para emprendedores en la universidad de Stanford en Silicon Valley. Ahí conocí otro mundo, uno que hoy ya no suena nada nuevo, pero en ese momento era totalmente desconocido en el Perú. Este mundo era el de las Startups.
Una Startup es un emprendimiento temporal, por lo general tecnológico, que tiene una rápida capacidad de crecimiento y generación de valor. El objetivo final de este negocio es ser adquirido por otra empresa o convertirse en una gran empresa mediante la emisión de acciones en los mercados de valores. Cómo no sentir un interés por este tema. Es por eso que dejé mi empresa tradicional con la idea de hacer Startups. Se abrió un nuevo horizonte ante mí, un mundo que no conocía. Esto me llevó a hacer varias startups, la más reciente logró levantar capital en Silicon Valley y pasar por una aceleradora en San Francisco. Nada de esto hubiera sido posible si no cambiaba mi horizonte mental.
Tú también tienes que cuestionar si lo que estás haciendo es innovador, y para estar seguro, hay que mirar hacia afuera de nuestra burbuja.